martes, 23 de febrero de 2010

Si yo dijera como Cristo

(amarse igual, poema 50)

Si yo dijera como Cristo
La muerte es una mentira,
“la enfermedad la vejez el dolor no existen
pues éste ha vencido éste”,
que dijese mi sueño REM
señalando el éxtasis de una mitosis
o los dos polos de un imán
y el campo que suscitan
cual los microtúbulos mitóticos;
si lo dijese,
¿alguien me creería
¡si hasta ni yo misma del todo,
si hasta aunque nunca deje de buscarlo
más me lo hacen ver imposible!,
alguien me creería
si hasta me miran como se observa al loco?

Cristo encontró hombres
que como él eran más que humanos
o tan confiados o tan de fe como él
…Un mensaje se vierte sólo
en los oídos apropiados.
Yo jamás tuve oídos,
ni aunque me desorejasen
como a aquellos pendones
o a Van Gogh,
para ofreciéndoles
mis pabellones auriculares
atentos a las melodías,
ellos me los prestasen a su vez.
¡Prestadme oídos!
…Si ni los bancos el papel moneda.

Vamos, raza de incrédulos,
al matadero desfilando
en completo silencio de las almas
no exento de estentóreos chirridos
de cuanta comercial manifestación
en esos tratos carnales del compro-vendo.

Nadie se atreve o está capacitado
para helar la sangre del verdugo,
cual el delirio aquel de los viejos cristianos,
entonando cánticos de gloria
a la hora de dejar este mundo.
Entonarle un canto a la gravedad del óbito
que desvaneciese las leyes de su punto final.
Ese canto de ternura infinita, infinita bondad,
total inteligencia,
que desmontase todos sus mecanismos
habiendo llegado a conocer sus propósitos.
¿Y dónde la ciencia?
Está en la física más que en la biología,
si estáis atentos
a que Un Nuevo Mundo os daré,
Unos Nuevos Cielos,
Un Nuevo Mundo es posible.

Y esa es mi ternura para hoy,
mi bondad infinita,
para las que os pido
me prestéis los oídos;
algo tan fácil de otorgar
como desorejada ando,
cual los pendones,
de habéroslos prestado,
tanto y tanto,
con anterioridad.

Y he de decir como Cristo
lo de la fabulosa muerte de la fábula
….mientras no me lo creo ni yo.
Que esa fe fue muriendo a base de torturas,
muertes incomprensibles de piedra de tropiezo,
puertas cerradas al conocimiento:
campo que no has de labrar
déjalo que se pudra,
que nadie entre donde yo salgo
o dictamino que se ha de salir.
¡¿Y quiénes fuisteis vosotros desgraciados
para saber del lugar la hora
sin tomar consulta de lo mismo
al resto de nosotros?!
¿Acaso andabais sobrados de inteligencia?
¿De la ciencia, de los dioses, de los cielos,
tenéis el monopolio?
Ya sé que de la Tierra.
Esta que hasta de su seno debiera escupiros
cuando bajarais a ella desfilando.

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