jueves, 18 de febrero de 2010

Apareces cuando menos te esperan

Apareces cuando menos te esperan
cuando se acaba la música,
sin pórtico de notas
que derrochen melodías a tus pies.
Vienes acompañada de alguien con tanta suerte
como para tenerte al lado el día a día.
Tenerte así que sería no precisar ningún tesoro,
no esperar a que te toque jamás la lotería;
no codiciar más sueños.
Tenerte significaría la poesía conseguida
más perfecta
y detestar la pluma que no trace emociones,
que no sirva de espejo a tu latir al lado,
y esa piel dura del árbol
que son los folios incólumes,
esculpida a corazones,
más que los bastos que pintan
algunos en sus renglones,
muchachadamente escribiendo
como los niños.

Tenerte así significara
detestar las ambiciones
que no tengan su meta
en la Verdad más grande,
la ciencia más pura,
las palabras más justas
más lumínicas.

Muchachadamente escribiendo,
como me incitas,
como te gusta leerme,
cual si saltase
del Nietzsche aquel
su Zoroastro,
profetas saltarines
y no filósofos salteadores.
¿Recuerdas que te dije
que yo le veía así:
profeta saltarín
filósofo salteador
y la rabia que te daba
lo misógino del personaje
y yo te escribí aquello
en una servilleta:
“Federico, es tu nombre femenino,
Paz,
¿a qué tanto encono con la mujer?”
resaltándote su homosexualidad
no admitida,
sus bigotones desperdigados
por aquellos lupanares
que le matasen más que su hermana
su madre,
más que aquella matahombres
que fuese la Lou Salomé?

No ha habido música para recibirte
cuando llegabas;
pero haya palabras ahora
que acompañen a las mías,
más si dicen de mí tanto
como las propias:

“Estoy sentado en actitud de espera,
rodeado de viejas tablas rotas
y otras nuevas a medio escribir…
¿Cuándo llegará mi hora?
La hora de mi perdición y ocaso.
Pues quiero regresar una vez más
al lado de los hombres.
Es lo que ahora espero,
pero es preciso que de antemano
me lleguen los signos anunciadores
de que es mi hora:
el león sonriente con el enjambre de palomas.
Esperando, hablo como el que dispone de tiempo,
me hablo a mí.
Nadie me cuenta nada nuevo:
Yo, pues, a mí mismo me cuento.”
De viejas y nuevas tablas 1 "Así hablaba Zaratustra"