sábado, 20 de febrero de 2010

Han caído seis pétalos de las rosas rojas

(amarse igual, poema 34)

Han caído seis pétalos de las rosas rojas
ramo que trajeron para agasajar a alguien.
Los miro ahí tristísimos sobre el asfalto
lejos del cuerpo al que pertenecían.
Parecen mi corazón
esas tiernas manitas cortadas a las rosas
ellas también mutiladas por ello.
Mi corazón…. Que ese pie ahora pisa
y ni gritar de infarto puede
pues lo sabe la muerte silenciosa.

Los recojo con mis ojos de moribunda
y ellos me recogen:
nos miramos desde la misma sangre
retorcida de la silenciosa muerte,
de dolor que ni puede expresarse.

Helado corazón, helados pétalos
en los que nadie repara.
Sólo pisan
mientras se creen estar pasando;
y de determinada manera, cierto,
sólo pasan y pisan, la belleza ni estorba,
¿tan poca vida tuvo?, tan invisible es.

Qué imagen de cementerio.
Tanto como en las necrópolis.
Las flores y los muertos ajándose
en un mismo abandono.
¡Las flores y los vivos!
Los que estamos aquí
sabiendo que allí estamos.

Cómo nos mata vivir, no Amor, no Amiga.
Qué vacío está el mundo que poblamos.
Qué sin propósito girando
en este Cosmos del volver a empezar.

Seis pétalos de las rosas rojas,
uno por cada letra de tu nombre:
Mi nombre.
Sueño hermoso desvanecido al sol.
Pétalos seis, lágrimas caídas
de ojos preciosísimos.
Ojos rojos de rosas que empezaron a morir
en el mismo momento que a vivir vinieron
para ese terrible destino de servir a otros
y hacerlo con su muerte,
ello el agasajo criminal para algún anodino.

Te diluyes como mi religión como mi fe en la vida
y en el mismo momento en que naciste.
Seis gotas de sangre o letras de mi nombre
introducidas a golpes de suela de zapato
de la tumba de asfalto hasta la raíz.
Florecer debería, transustanciarlo…
¡Y de pronto ahogase a todo transeúnte,
carnívora flor deglutiese los coches,
oleajes de pétalos anegando las tierras emergidas!
¡Ya viene!
¡Ya llega la ola!
¡Ya sube del Abismo
con todos los poderes de la Resurrección!
¡Muerte a la muerte!
Morid pies que pisan,
conciencias embotadas.
¡Callen y dilúyanse seres ásperos!
Desaparezcan con su betún.

Y volarían los seis pétalos
por encima de todo
con su lindísima sonrisa roja
al encuentro de sus madres las rosas
de las que fuesen desgajados.
Y ellas alzándose de la triste tumba
húmedo cristal en que las encerrasen
sin defensa ni labio de protesta,
al encuentro de sus pétalos hijos
irían
que arrancados les fuesen
de brutal violencia
que eufemísticamente indiferencia dicen.
Dicen
….Se llamaba.
Ahora ya ni nombre
lo que jamás lo tuvo.

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